Caminando una mañana de octubre por calles cordobesas bajo un cielo azul acero en busca del Cristo de los Faroles, llamó mi atención una hermosa escalinata empedrada, enmarcada por blancas paredes encaladas sobre las que se derramaba una cascada de fragantes bugambillas. Se trataba de la Cuesta del Bailío, uno de esos lugares llenos de encanto con los que la ciudad nos sorprende a cada paso.
Aunque hoy la encontremos así, hasta 1711 se alzaba en este punto el arco o Portillo del Corbacho, que servía de separación entre las zonas de la medina o villa (la parte alta de la ciudad) y la zona de la Axerquía (la parte baja de la ciudad), y que una vez derruido, permitió aumentar la amplitud de la calle. Fue en 1943-44 cuando el arquitecto Víctor Escribano Ucelay la dotó del aspecto actual: su fuente de granito negro y estilo neobarroco para aprovechar el punto de abastecimiento de agua original, y muy especialmente sus característicos 31 escalones, de los que uno de cada dos se encuentra empedrado con el típico "enchinado cordobés".
En su pared izquierda brillan nueve crucifijos negros, que nos indican el paso de un "Via Crucis" (en su centro contienen el número de estación que se debe rezar) y que si bien no se concoce con exactitud en que momento fue colocado, date posiblemente del siglo XVIII al instalarse en la plaza cercana el Cristo de los Faroles.
A nuestra derecha, según ascendemos, se encuentra la pared del huerto de los Capuchinos, sobre la que caen desbordantes las bugambillas, cuyo aroma envuelve la escalinata y nos evoca imágenes de aceros desenvainados y bandoleros de oscuros y brillantes ojos saliendo a hurtadillas de la ciudad.
Al fondo, se alza frente a nosotros la impresionante fachada renacentista de la Casa del Bailío, así como el campanario de la iglesia del Convento de los Capuchinos, enmarcando la silueta de este incomparable conjunto arquitectónico.
En la parte alta de la cuesta nos recibe un bellísimo azulejo de la "Vírgen de los Dolores", ante el que solía detenerse a rezar el torero Manolete (mi preferido, debo confesar) antes de visitar a la Vírgen en la iglesia que lleva su nombre. Allí lo encontró un día el hermano mayor de la Cofradia de los Dolores, Fernando Fernandez de Córdoba, quien decidió preguntarle a qué obedecía esa costumbre; "Manuel, ¿por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”. Manolete le brindó una respuesta tan fascinante como él: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.
Son numerosas las cofradías que discurren por esta zona durante la Semana Santa cordobesa, estando dotada por ello de una intensa religiosidad; así podemos contemplar también el azulejo instalado en 2015, en honor al 75 aniversario de la creación de la hermandad de la Esperanza:
Y ¿por qué el nombre de Cuesta del Bailío? Pues bien, el nombre de "bailío" se le daba al caballero profeso de la orden de San Juan que, por antigüedad o por gracia especial del Gran Maestre de la Orden, adquiría una especie de dignidad o encomienda denominada "bailiaje". Las casas que aquí nos encontramos pertenecieron a las familias Corbacho y Cárcamo, pasando en el siglo XVI a Fray Pedro Nuñez de Herrera, Gran Bailío de Lora, hijo de Alfonso Fernández de Córdoba, quinto señor de Aguilar.
Por lo tanto es precisamente la Casa del Bailío la que da nombre a la Cuesta. Su portada, de 1530 aproximadamente, se atribuye a Hernán Ruiz el Viejo. En su interior, destacan entre otras, obras de Agustín Vicente Inurría y Julio Romero de Torres.
Giramos ahora a nuestra derecha y nos adentramos en una estrecha y empedrada calle, cuyas altas y blancas paredes parecen abrazarnos, para dirigirnos a la Plaza de los Capuchinos.
Y es en ese momento cuando el tiempo se detiene y la plaza se abre ante nuestros ojos. Inmensa y diáfana, en solitaria paz, habitada solo por un Crucificado que se yergue en su centro y al que rodean cinco faroles ahora apagados. Silenciosa y acogedora, dejando que cada uno de nuestros pasos resuene sobre el suelo de piedra, al ritmo acompasado de nuestro corazón mientras nos dirigimos a Él.
Es difícil explicar lo que se siente al estar frente al Cristo de los Faroles, pero si hay una palabra que lo describa, esa sería paz. Hermoso, doliente, esculpido en piedra y capaz de ablandar el más pétreo de los corazones, se eleva majestuoso hacia el cielo que ahora se ha tornado de un azul limpísimo, para recibir nuestras plegarias. A sus pies, velas que empiezan a derretirse, flores que empiezan a marchitarse, recuerdos silenciosos de las súplicas y almas que a él se han encomendado.
Se ha comparado al Cristo de los Faroles con un paso de Semana Santa que los costaleros hubiesen abandonado. Su verdadera advocación es la de "Cristo de las Misericordias y Desagravios", como reza una lápida de mármol gris que se encuentra en el muro del convento: “Todos los fieles que rezaren devotamente un credo delante de esta sagrada ymagen del Ssmo. Christo de los Desagravios y Misericordias, ganan trescientos y sesenta días de indulgencia concedidos por diferentes prelados. Año de 1794”.
Es tal el misticismo, la emoción, la intimidad, que quizá, lo mejor para describirlo sea recurrir a los versos de Carlos Clementson:
“Y el tiempo se ha quedado inerte y blanco,
detenido en el centro de una plaza
donde un Cristo de luna entre fanales
agoniza sin tregua año tras año”.
Desde el punto de vista arquitectónico, la plaza es de una impresionante sobriedad. No en vano de ella dijo Ricardo Molina: "No es más que un rectángulo de cal y de cielo”, o aquel "Jamás en arquitectura se ha dicho más con menos” que sentenciase Rafael de la Hoz Arderius.
Su aspecto actual se fue configurando a lo largo de los siglos XVII al XIX, en diferentes fases. En 1629 los Franciscanos Capuchinos adquieren una casa al marqués de la Almunia para establecer su convento, y rápido levantan su iglesia. Casi un siglo después, en 1710, el padre Francisco de Posadas compra “unas casas principales” a Juan Antonio de Palafox, sobre las que levanta el hospital de San Jacinto para pobres incurables. Es en 1731 cuando el obispo Marcelino Siuri ultima la construcción de la Iglesia de los Dolores, para en 1794 erigirse en el centro de la plaza el Cristo de los Faroles (que se cree es obra del cantero Juan Navarro) a raíz de un triduo predicado por fray Diego de Cádiz. Finamente, en 1835 se emprende, tras la desamortización, la demolición del convento capuchino, que sería refundado en 1905.
La Plaza de los Capuchinos presenta sendos accesos a la iglesia y al hospital. La portada de la iglesia, adintelada, está enmarcada por un frontón triangular partido en el que se encuentra una hornacina con una imagen de la "Virgen de los Dolores". Por su parte, la portada del hospital que conduce también a los pies de la iglesia, presenta un esquema similar, salvo que el frontón ahora es curvo, y la imagen de la hornacina es la de "San Jacinto".
Cabe destacar en la Iglesia de los Dolores su planta de una sola nave, cubierta por bóveda de cañón y cúpula sobre pechinas en el crucero, y especialmente un impresionante camarín de corte neoclásico, situado en la cabecera, que alberga una talla de la Virgen de los Dolores (Juan Prieto, 1719) conocida como "la Señora de Córdoba".
Si miramos ahora a nuestra izquierda, encontramos la blanca fachada del Convento del Santo Ángel, de los Padres Capuchinos, del que tras las desamortizaciones de 1810, 1821 y la definitiva de Mendizábal en 1836, se conservan únicamente el claustro y la huerta, así como la iglesia.
Y así, dirigiendo una última mirada al Crucificado, abandonamos la plaza para proseguir nuestro camino, sin duda llenos de emoción y prometiéndole una nueva visita.
Bueno, pues esto es todo cuanto quería compartir hoy con vosotros. Espero que os haya gustado, os haya podido resultar interesante, y si aún no conocéis el lugar, os animéis a hacerle una visita; merece la pena.
Me despido como siempre dando la bienvenida a los nuevos seguidores y agradeciendo de corazón todas vuestras visitas y cariñosos comentarios.
Un Fuerte Abrazo y Sed Felices.
Lo conozco de una peli de Molina. Ojalá verlo en vivo algún día
ResponderEliminarBesso
Como siempre, magnifico recorrido, no sólo por la minuciosa precisión histórica sino también por la excelente manera que tienes de compartir tus percepciones y sensaciones, haciéndolas nuestras. Una vez más, gracias.
ResponderEliminarUn gusto pasear por Córdoba con tus explicaciones, Mercedes.
ResponderEliminarBesitos
Que bonitas fotos y que interesantes datos! He tenido la fortuna de visitar Cordoba, un lugar hermoso!
ResponderEliminarBesos
Que bonitas fotos!Pues me tengo que proponer ir a Cordoba,que tengo raices Cordobesas! Feliz año guapa!
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