"Art is the only serious thing in the world. And the artist is the only person who is never serious" Oscar Wilde.



"Haz lo necesario, después todo lo posible, y así conseguirás hasta lo imposible" San Francisco de Asís


jueves, 23 de enero de 2020

La Posada del Potro. Córdoba.

Cualquiera que haya leído la novela más famosa de la literatura española, "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", no puede visitar Córdoba sin hacer una parada en "La Posada del Potro"

Ubicada en el número 10 de la plaza del mismo nombre, se trata de un hermoso edificio de dos plantas, patio común, barandas de madera y paredes encaladas, en las que cuelgan innumerables y floridas macetas. Prototipo de vivienda popular de los siglos XIV y XV, la Posada conserva hasta nuestros días, gracias al empeño de vecinos y autoridades, su fisonomía original.



Pero vamos a hacer un poco de historia. Situada junto al Guadalquivir, separando las que fuesen colaciones medievales de Santa María y San Nicolás de la Axerquía, se encuentra la Plaza del Potro, lugar de paso e intercambios comerciales, que probablemente deba su nombre a que allí se realizaba la compraventa de potros y mulas. 

La colación de San Nicolás de la Axerquía resultó ser el lugar de asentamiento de la mayor parte de los gremios artesanales de la ciudad de Córdoba, de modo que se convirtió en un importante centro económico y comercial que veía como a sus calles y concretamente a su plaza, llegaban comerciantes, feriantes y viajeros de los más variados lugares. Siendo necesario alojarlos y por supuesto darles de comer (cosa que se hace en Córdoba con arte singular) empezaron a instalarse en esta zona gran número de tabernas, mesones y posadas.

Había además otro servicio muy demandado en el siglo XV, y es así que originalmente aparecerá la "Posada del Potro" como una mancebía, o lo que es lo mismo, un prostíbulo (tengamos en cuenta que la prostitución era una actividad perfectamente reconocida y aprobada por las autoridades de la ciudad).

Se trata como hemos dicho de un edificio de dos alturas, de suelo empedrado y paredes encaladas, al que se accede por un vano adintelado de madera. Lo primero que captura nuestra atención es su gran patio interior, rectangular, aunque ligeramente irregular, cuyo suelo, cubierto en esta ocasión por la fina lluvia que no dejaba de caer, parecía desprender destellos de plata. En torno a él, hiedras, hibiscus y bugambillas tiñen de verde las blancas paredes de lo que un día fuesen las cuadras, mientras que numerosas macetas de barro coronan sus arcos laterales, con ese esplendor decorativo tan carácterístico de Córdoba.


Levantamos la vista para contemplar la planta superior, en la que las dependencias que en su día fueran habitaciones de la posada se abren a una galería abalaustrada con techos de madera, y en ese momento el  tiempo parece retroceder, y ya no son turistas protegidos por un chubasquero los que pululan a nuestro alrededor, sino que allá a lo lejos, en el patio, un caballero de triste figura vela sus armas ante la atónita mirada de los viajeros, a quienes muchachas de negros cabellos, faldas de lunares y formas voluptuosas escancian un vino del color de la sangre.



Son muchas las referencias literarias relacionadas con la Posada del Potro: fuente de inspiración para Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Vicente Espinel o Pío Baroja quien la menciona en "La Feria de los Discretos".


Pero, sin duda, su habitante más famoso y querido fuera don Miguel de Cervantes Saavedra, quien tratará aquí con "ricachones de pueblo, hidalgos, palurdos y maleantes de aldea...", figuras todas ellas de un tiempo y un lugar que ya nunca morirán, gracias a su pluma y su genio.


Aquí podemos ver a Don Miguel escribiendo en su habitación.

La Posada del Potro conservó su función original hasta mediados del siglo XIX, momento en el que el papel comercial de la zona fue disminuyendo, y con él el número de visitantes y de ingresos. El edificio pasa a utilizarse como "corral de vecinos" hasta la década de los setenta del siglo pasado, cuando el entonces Teniente de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba decide rescatarlo del olvido y convertirlo en edificio de interés cultural. 

Ya en nuestro siglo, se decide instalar aquí el museo dedicado al artista del cante "Fosforito" y a la tradición del flamenco cordobés, inaugurándose en 2013 el denominado "Centro Flamenco Fosforito". Se encuentra aquí gran parte del legado cedido por el propio cantaor Antonio Fernández Díaz, "Fosforito",  a la ciudad de Córdoba ( numerosos objetos, textos, fotografías históricas y galardones obtenidos  a lo largo de su carrera), destacando la "Llave de Oro del cante" que recibió en 2005. Sin duda una visita obligada para los amantes del flamenco.




Abandonamos la Posada, y no podemos dejar de detenernos un momento en la Plaza del Potro, para admirar cuantos elementos la componen.

A nuestra derecha, el "Triunfo de San Rafael" (obra de Verdiguier), uno de los que pueblan la ciudad en honor al Arcángel Custodio de la misma y que originalmente estaba situado en la Plaza de San Hipólito (habrá algún post dedicado a ellos).


A la izquierda, la imponente fuente, de planta octogonal y dos escalones que llevan al pilón de aproximadamente un metro de altura. Una columna recortada hace de base de la taza, sobre ella una piña con cuatro bocas de las que fluye el agua, y coronando el conjunto se encuentra el elemento más representativo: un potro rampante (como no podía ser de otra manera). Data del reinado de Felipe II, y cabe destacar que se surtía del agua extraída del Manantial de Maimón.


Frente a nosotros, el antiguo "Hospital de Nuestro Señor Jesucristo", que hoy alberga los Museos de Bellas Artes y Julio Romero de Torres, visita ineludible para mí, mujer morena y amante del arte, pero cuyo interior no os puedo mostrar porque no está permitido obtener fotografías. 

El grueso de la colección que podemos contemplar en el Museo de Bellas Artes comprende obras de distintos siglos incautadas de los conventos cordobeses desamortizados en 1835 y 1868, junto con donaciones y regalos de colecciones particulares. En su fachada, un azulejo instalado en 1971, nos recuerda "El Príncipe de los Ingenios de España, Miguel de Cervantes Saavedra, de abolengo cordobés, mencionó este lugar y barrio en la mejor novela del mundo". 


Por su parte, el lugar en el que hoy se encuentra el Museo Julio Romero de Torres, perteneció al "Hospital de la Caridad", patrocinado por los Reyes Católicos y dirigido por la Orden Tercera de San Francisco hasta 1837. Desde mediados del siglo XIX sufre varias trasformaciones, acogiendo incluso la vivienda del conservador y director del Museo Provincial de Bellas Artes, Rafael Romero Barros, sí el padre del pintor, que nacería por tanto en este lugar. 



Tras la muerte de Julio Romero de Torres en 1930, su viuda e hijos deciden no vender las obras del pintor que aun conservaban y donarlas a la ciudad de Córdoba, con objeto de que el artista fuese siempre recordado. Y así el 23 de noviembre de 1931 se inaugura el Museo Municipal Julio Romero de Torres con la presencia del Presidente de la II República, cordobés a la sazón. En 1934 se adquieren los inmuebles colindantes y se añade la segunda planta.



A lo largo de sus seis salas podemos hacer un recorrido por la vida y la obra del artista, desde sus primeras caricaturas, cartelería de influencia francesa, hasta su obra más íntima, mística o sensual. Un homenaje a la Córdoba de sus entretelas, a cantaoras, toreros, bailaoras y  beatas; cada pincelada es "un símbolo de cada copla", de esa Andalucía que sabe conjugar como nadie la nostalgia y la alegría, la sensualidad y la religiosidad, la vida y la muerte. Absolutamente imprescindible.

Bueno, pues ésto es cuanto quería compartir hoy con vosotros; espero que os haya gustado, os haya podido resultar interesante, y si no lo conocéis os animéis a hacer una visita.

Me despido como siempre dando la bienvenida a los nuevos seguidores y agradeciendo de corazón todas vuestras visitas, y que dediquéis un poco de vuestro tiempo a dejar algún comentario, que como siempre digo son el motor de este pequeño rincón.

Un Abrazo y Sed Felices!


miércoles, 8 de enero de 2020

El Cristo de los Faroles. Córdoba.

Caminando una mañana de octubre por calles cordobesas bajo un cielo azul acero en busca del Cristo de los Faroles, llamó mi atención una hermosa escalinata empedrada, enmarcada por blancas paredes encaladas sobre las que se derramaba una cascada de fragantes bugambillas. Se trataba de la Cuesta del Bailío, uno de esos lugares llenos de encanto con los que la ciudad nos sorprende a cada paso.


Aunque hoy la encontremos así, hasta 1711 se alzaba en este punto el arco o Portillo del Corbacho, que servía de separación entre las zonas de la medina o villa (la parte alta de la ciudad) y la zona de la Axerquía (la parte baja de la ciudad), y que una vez derruido, permitió aumentar la amplitud de la calle. Fue en 1943-44 cuando el arquitecto Víctor Escribano Ucelay la dotó del aspecto actual: su fuente de granito negro y estilo neobarroco para aprovechar el punto de abastecimiento de agua original, y muy especialmente sus característicos 31 escalones, de los que uno de cada dos se encuentra empedrado con el típico "enchinado cordobés".

En su pared izquierda brillan nueve crucifijos negros, que nos indican el paso de un "Via Crucis" (en su centro contienen el número de estación que se debe rezar) y que si bien no se concoce con exactitud en que momento fue colocado, date posiblemente del siglo XVIII al instalarse en la plaza cercana el Cristo de los Faroles. 


A nuestra derecha, según ascendemos, se encuentra la pared del huerto de los Capuchinos, sobre la que caen desbordantes las bugambillas, cuyo aroma envuelve la escalinata y nos evoca imágenes de aceros desenvainados y bandoleros de oscuros y brillantes ojos saliendo a hurtadillas de la ciudad.

Al fondo, se alza frente a nosotros la impresionante fachada renacentista de la Casa del Bailío, así como el campanario de la iglesia del Convento de los Capuchinos, enmarcando la silueta de este incomparable conjunto arquitectónico.


En la parte alta de la cuesta nos recibe un bellísimo azulejo de la "Vírgen de los Dolores", ante el que solía detenerse a rezar el torero Manolete (mi preferido, debo confesar) antes de visitar a la Vírgen en la iglesia que lleva su nombre. Allí lo encontró un día el hermano mayor de la Cofradia de los Dolores, Fernando Fernandez de Córdoba, quien decidió preguntarle a qué obedecía esa costumbre; "Manuel, ¿por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”.  Manolete le brindó una respuesta tan fascinante como él: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.


Son numerosas las cofradías que discurren por esta zona durante la Semana Santa cordobesa, estando dotada por ello de una intensa religiosidad; así podemos contemplar también el azulejo instalado en 2015, en honor al 75 aniversario de la creación de la hermandad de la Esperanza:



Y ¿por qué el nombre de Cuesta del Bailío? Pues bien, el nombre de "bailío" se le daba al caballero profeso de la orden de San Juan que, por antigüedad o por gracia especial del  Gran Maestre de la Orden, adquiría una especie de dignidad o encomienda denominada "bailiaje". Las casas que aquí nos encontramos pertenecieron a las familias Corbacho y Cárcamo, pasando en el siglo XVI a Fray Pedro Nuñez de Herrera, Gran Bailío de Lora, hijo de Alfonso Fernández de Córdoba, quinto señor de Aguilar. 

Por lo tanto es precisamente la Casa del Bailío la que da nombre a la Cuesta. Su portada, de 1530 aproximadamente, se atribuye a Hernán Ruiz el Viejo. En su interior, destacan entre otras, obras de Agustín Vicente Inurría y Julio Romero de Torres.



Giramos ahora a nuestra derecha y nos adentramos en una estrecha y empedrada calle, cuyas altas y blancas paredes parecen abrazarnos, para dirigirnos a la Plaza de los Capuchinos

Y es en ese momento cuando el tiempo se detiene y la plaza se abre ante nuestros ojos. Inmensa y diáfana, en solitaria paz, habitada solo por un Crucificado que se yergue en su centro y al que rodean cinco faroles ahora apagados. Silenciosa y acogedora, dejando que cada uno de nuestros pasos resuene sobre el suelo de piedra, al ritmo acompasado de nuestro corazón mientras nos dirigimos a Él. 


Es difícil explicar lo que se siente al estar frente al Cristo de los Faroles, pero si hay una palabra que lo describa, esa sería paz. Hermoso, doliente, esculpido en piedra y capaz de ablandar el más pétreo de los corazones, se eleva majestuoso hacia el cielo que ahora se ha tornado de un azul limpísimo, para recibir nuestras plegarias. A sus pies, velas que empiezan a derretirse, flores que empiezan a marchitarse, recuerdos silenciosos de las súplicas y almas que a él se han encomendado.


Se ha comparado al Cristo de los Faroles con un paso de Semana Santa que los costaleros hubiesen abandonado. Su verdadera advocación es la de "Cristo de las Misericordias y Desagravios", como reza una lápida de mármol gris que se encuentra en el muro del  convento: “Todos los fieles que rezaren devotamente un credo delante de esta sagrada ymagen del Ssmo. Christo de los Desagravios y Misericordias, ganan trescientos y sesenta días de indulgencia concedidos por diferentes prelados. Año de 1794”. 

Es tal el misticismo, la emoción, la intimidad, que quizá, lo mejor para describirlo sea recurrir a los versos de Carlos Clementson:

“Y el tiempo se ha quedado inerte y blanco, 
detenido en el centro de una plaza 
donde un Cristo de luna entre fanales 
agoniza sin tregua año tras año”.



Desde el punto de vista arquitectónico, la plaza es de una impresionante sobriedad. No en vano de ella dijo Ricardo Molina: "No es más que un rectángulo de cal y de cielo”, o aquel "Jamás en arquitectura se ha dicho más con menos” que sentenciase Rafael de la Hoz Arderius.

Su aspecto actual se fue configurando a lo largo de los siglos XVII al XIX, en diferentes fases. En 1629 los Franciscanos Capuchinos adquieren una casa al marqués de la Almunia para establecer su convento, y rápido levantan su iglesia. Casi un siglo después, en 1710, el padre Francisco de Posadas compra “unas casas principales” a Juan Antonio de Palafox, sobre las que levanta el hospital de San Jacinto para pobres incurables. Es en 1731 cuando el obispo Marcelino Siuri ultima la construcción de la Iglesia de los Dolores, para en 1794 erigirse en el centro de la plaza el Cristo de los Faroles (que se cree es  obra del cantero Juan Navarro) a raíz de un triduo predicado por fray Diego de Cádiz. Finamente, en 1835 se emprende, tras la desamortización, la demolición del convento capuchino, que sería refundado en 1905.

La Plaza de los Capuchinos presenta sendos accesos a la iglesia y al hospital. La portada de la iglesia, adintelada, está enmarcada por un frontón triangular partido en el que se encuentra una hornacina con una imagen de la "Virgen  de los Dolores". Por su parte, la portada del hospital que conduce también a los pies de la iglesia, presenta un esquema similar, salvo que el frontón ahora es curvo, y la imagen de la hornacina es la de "San Jacinto".


Cabe destacar en la  Iglesia de los Dolores su planta de una sola nave, cubierta por bóveda de cañón y cúpula sobre pechinas en el crucero, y especialmente un impresionante camarín de corte neoclásico, situado en la cabecera, que alberga una talla de la Virgen de los Dolores (Juan Prieto, 1719) conocida como "la Señora de Córdoba".


Si miramos ahora a nuestra izquierda, encontramos la blanca fachada del Convento del Santo Ángel, de los Padres Capuchinos, del que tras las desamortizaciones de 1810, 1821 y la definitiva de Mendizábal en 1836, se conservan únicamente el claustro y la huerta, así como la iglesia.



Y así, dirigiendo una última mirada al Crucificado, abandonamos la plaza para proseguir nuestro camino, sin duda llenos de emoción y prometiéndole una nueva visita.

Bueno, pues esto es todo cuanto quería compartir hoy con vosotros. Espero que os haya gustado, os haya podido resultar interesante, y si aún no conocéis el lugar, os animéis a hacerle una visita; merece la pena.

Me despido como siempre dando la bienvenida a los nuevos seguidores y agradeciendo de corazón todas vuestras visitas y cariñosos comentarios. 

Un Fuerte Abrazo y Sed Felices.